Rutina en Mui Ne

Cuando la gente que conocí viajando me preguntaba qué era lo que me había llevado al otro lado del mundo, siempre contestaba lo mismo: me daba pánico la rutina. Y si había lugar para explayarme en mi respuesta, decía algo así como “La sola idea de repetir todos los días el mismo camino para llegar al trabajo me produce urticaria”.

Por lo general la gente asentía, pensando tal vez que yo era otra adolescente que no encajaba en el sistema y que había decidido vivir al margen. Yo también quería creer eso. Quería creer que era diferente. Pero cuanto más repetía esa frase, mas incoherente y vacía de contenido me parecía. En realidad, yo no tenía idea de lo que era la “rutina”. Me fui a China al poco tiempo de terminar el colegio y de empezar la facultad, cuando tenía varios trabajitos freelance en diferentes partes de la ciudad y había pasado de vivir con mi familia a vivir con una amiga a vivir sola en un poco más de un año. Yo quería creer que estaba viajando para escaparme de la rutina, pero la verdad es que no podía escaparle a un concepto que desconocía. Es decir que mi vida antes de viajar era un caos y que secretamente, muy en el fondo de mi alma, añoraba un poco de pertenencia y de tranquilidad.

En Mui Ne, un pueblito costero a cinco horas de Nha Trang, encontré esa tranquilidad. Me alquilé una cabaña que estaba literalmente sobre la arena y que no tenía ni agua caliente, ni electricidad, ni muebles. Dormía en una hamaca colgada de las vigas de la cabaña y cocinaba en un hornito que funcionaba a gas. En ese momento, ese lugar era mi idea de paraíso. Todos los días me despertaba, desayunaba un café instantáneo en la playa y caminaba hasta el pueblo para comprar fruta o algo para almorzar. Como iba siempre a los mismos negocios, el verdulero ya sabía que yo siempre compraba bananas y agua de coco, el del mercadito sabía que me iba a llevar una porción de arroz cocinado al vapor y el del puestito de jugos sabía que le iba a comprar un vaso grande de jugo de naranja. En la pescadería improvisaba un poco más porque había muchas variedades de pescado, pero como el vendedor me veía todos los días, siempre me regalaba un puñadito de camarones o mejillones. Después de almorzar generalmente leía o dormía la siesta hasta alrededor de las 3 de la tarde, que caminaba hasta la casa del dueño de las cabañas para ver si necesitaba ayuda con algo o simplemente para hacerle compañía.

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Esos días se me hicieron eternos y muy solitarios, porque aunque el uruguayo también estaba en Mui Ne, estaba parando con otros amigos y nos veíamos muy poco. Yo sentía que era mejor así, que necesitaba un poco de calma después de haber vivido cosas dignas de ser relatadas por Jack Kerouac.

A los pocos días de vivir en Mui Ne, no hubiese cambiado mi rutina por nada del mundo. Era un oasis de tranquilidad en el desierto caótico que había sido mi vida durante los últimos años. Eso era la rutina que yo tanto había menospreciado. Decidí seguir con mi viaje cuando el uruguayo me contó que sus amigos se estaban yendo a Saigón y nos podían llevar en sus motos. El corazón se me partió en dos cuando me despedí de toda la gente que había sido parte de mi vida durante ese breve periodo de tiempo, y entendí que la rutina también es la causa y la razón de muchas amistades sinceras.

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Para cuando me estaba yendo de Mui Ne, mi respuesta a la pregunta “¿por qué estás viajando?” había cambiado rotundamente. Sentía que estaba caminando en la cuerda floja que se tendía entre la aventura y la rutina, y que no tenía necesariamente que caer ni en una ni en la otra. Que la rutina no era necesariamente mala, y que la aventura no era necesariamente una vía de escape. Muchas veces, dependiendo del momento de la vida en que nos encontremos, la una o la otra se presentan como una bendición. En mi caso, lo que aprendí durante mi estadía en Mui Ne es que la rutina que genera la pertenencia a un lugar es, muchas veces, subestimada.

 

 

 

 

 

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  1. teodelinab says:

    Me gustó mucho. Preguntas que resuenan en mí y seguro en tantos otros.

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